viernes, 31 de julio de 2009

Diálogos de besugos

Es un hecho más que comprobado: soy inquieta. Me quejaré y me volveré a quejar siempre del estrés en el trabajo, pero es pasar unos días de baja como ahora y aburrirme como una ostra. Así que, además de dedicar las horas de rigor a Mircea Eliade y Las dos torres, la nostalgia en estos casos me hace recordar esas anecdotillas graciosas por las que merece la pena trabajar en una librería.

Como no hay nada nuevo bajo el sol, a un compañero librero llamado Eduardo Fernández se le ocurrió reunir todos esos "momentos mágicos" -aderezados con unas instrucciones para tratar a un librero (totalente verídicas, por cierto XD)- en un graciosísimo libro titulado Soldados de cerca de un tal Salamina, que ha resultado ser el libro de cabecera en nuestro punto de información durante esas momentos muertos en la librería en los que no hay clientes y te apetece echar unas risas.


Sería largo decidir qué anécdota del libro es la mejor. Si tuviera que elegir una de todas maneras, me quedo sin duda con la del cliente que, en vez de preguntar por El hombre que confundió a su mujer con un sombrero de Oliver Sacks preguntó por... ¡Tacháaaaan!: Mujer con nombre, sombrero de copa. Impagable. XD

En mi librería tenemos un cuaderno en el que apuntamos todos estos grandes momentos de los clientes. Mis favoritos son tres. Los dos primeros los viví en mis propias carnes:

Cliente: Hola, buenas. ¿Tienes Así habló el Kamasutra?
Alienor: Esto...

Número dos:

Cliente: Hola, buenas. Estaba buscando un libro...
Alienor: Sí, claro. ¿Sabes el título?
Cliente: La trágica muerte del chico-perro.
Alienor: ¿La trágica muerte del chico-perro? ¿Estás seguro?
Cliente: Bueno, tanto como seguro...
Alienor: ¿Podría ser La melancólica muerte del chico ostra?
Cliente: ¡Eso!
Alienor: El libro de Tim Burton.
Cliente: ¿Burton? ¿Tim Burton escribe libros? Pues va a ser que no...
Alienor: Bueno -sonrisa amable de "ya empezamos"-, pues ahora sí que me dejas algo desconcertada. ¿Recuerdas el autor?
Cliente: No.
Alienor: ¿Y algo sobre su sinopsis?
Cliente: Pues... Lo único que recuerdo es que lo recomiendan en clases de filosofía y psicología... y que es una novela protagonizada por un autista.
Alienor: El curioso incidente del perro a medianoche de Haddon.
Cliente: (contentísimo) ¡Eso!

XD Pero sin duda, la palma se la llevó Pedro...

Cliente: Hola. Busco un libro que se llama El habitáculo azul.
Pedro: Pues... No tenemos un libro con ese título.
Cliente: ¡Pero si es super famoso!
Pedro: ¿Está segura de que ése es el título? Es que no sale ni en la base de datos de libros editados en España...
Cliente: (indignadísima) ¡Pues claro que sí! ¡Qué fuerte me parece que no lo tengan!
Pedro: Veamos, cálmese. ¿Recuerda al autor?
Cliente: Pues no... ¡Pero es un profesor de historia medieval reputadísimo de este país!
Pedro: Señora, ¿no se referirá a El salón dorado de Jose Luis Corral?
Cliente: (avergonzadísima) ¡Uy, eso! ¡Ja, ja! Bueno... acerté que era algo de una habitación y un color, ¿no? ¡Je, je!
Pedro: ¬¬

¡Oír para creer, ja, ja, ja!

lunes, 27 de julio de 2009

La feria de las tinieblas

Si tuviera que elegir a un escritor de relatos cortos, no tendría ninguna duda en decir el nombre de Ray Bradbury. Todo el mundo lo conoce gracias a Fahrenheit 451 y sus Crónicas Marcianas, pero creo sinceramente que es en sus relatos breves, siempre maravillosos y poéticos ya se zambulla en la ciencia ficción o en la fantasía, donde se ve la pluma de un genio (y si no, atentos a la recopilación de El hombre ilustrado).

No recuerdo ahora si fue Javier Marías (gran admirador del octogenario escritor) o quién el que dijo que Bradbury era la poesía hecha ciencia ficción, pero no puedo estar más de acuerdo. Y muchas veces, me llena de tristeza el recomendar obras de él a gente que sé que tiene un gusto exquisito en sus lecturas y que, sin embargo, se cierra en banda porque se trata de un "escritor de fantástica". Fantástica. Como si fuera la peste. Seguro que si hubieran escuchado a Luis Antonio de Villena hablar sobre él, quizás su opinión pudiera tambalearse un poco:

Pero yo me quedo, aún, con su desbordante y bello lirismo: el húmedo planeta Venus en el que no cesa de llover, y donde solo se ve el sol una hora al año (la hora fulgurante de todas las magias), o esa nave de terrícolas, convenientemente refrigerada, que viaja al Sol, para por medio de una larga cuchara, arrancar de su masa incandescente un pedazo del astro rey. [...] Bradbury cómo no. ¡Cuántos bellos estíos!

El caso es que hoy el día es más luminoso, la gente más amable, y una chica ha venido sólo para agradecerme la recomendación que le hice de La feria de las tinieblas. ¡Qué hermosura de novela! ¡Cuánta magia y belleza y amor por los libros guardados dentro de ella! Siendo una obra menos conocida de Bradbury, creo sin duda que es mi favorita. Cuenta la historia de dos niños que viven en una pequeña ciudad estadounidense y que, unos días antes de Halloween, ven llegar a la noche un tren con una feria muy peculiar a bordo. ¿Qué ocurriría si esa oscura feria tuviera el don de hacer realidad los sueños de la gente? ¿Cuál sería el precio a pagar? ¿Y cómo unos niños de trece años pueden salvar el alma de sus vecinos y las suyas propias?

Con una prosa hermosa y recargada que a veces parece poesía pura, y en la que prima la transmisión de los sentimientos de sus personajes frente a la acción -reservada para el final de la obra-, este cuento de Bradbury tiene la magia y las dosis justas de terror como para ser calificado como un oscuro cuento de hadas que todo niño a partir de diez años y todo adulto debería leer, por lo menos, una vez en su vida. Y niños, sí. Si yo hubiera pillado este libro con doce o trece años, creo que hubiera tenido la misma sensación que cuando leí La historia interminable o Las brujas de Roald Dahl. Es una novela de adultos, pero creo que tendemos a idiotizar a los niños demasiado: yo a esa edad hubiera flipado tanto o más con esta novela que cuando me la leí por primera vez, hará unos cuatro años.

Tiene la magia de las antiguas historias, de las buenas de verdad, y el terror que le hubiera gustado escribir a Stephen King y jamás pudo (estoy convencida, además, de que King bebió mucho de Bradbury como maestro): es el libro ideal para una tarde de verano o para un atardecer de otoño. O quizás para una noche de primavera... Lo único que sé es que merece ser leído y descubierto.

"Pero hubo un año raro, oscuro, largo, en el que la fiesta de Todos los Santos llegó antes de tiempo.
Un año esa fiesta llegó el 24 de octubre, tres horas después de la medianoche.
En ese entonces, Jim Nightshade, que vivía en Oak Street 97, tenía trece años, once meses y veintitrés días; y William Halloway, que vivía en la casa de al lado, tenía trece años, once meses y veinticuatro días. Los dos rozaban ya los catorce años, casi les temblaban en las puntas de los dedos.
Y en esa misma semana de octubre crecieron durante la noche, y ya nunca más fueron tan jóvenes..."

domingo, 26 de julio de 2009

Leonor de Aquitania

Hay libros por los que a uno no le importa terminar el mes con dos centavos en el bolsillo con tal de poder disfutar de ellos en la biblioteca personal. Y siempre ocurre que, cuando ya me he hecho la firme proposición de no comprarme ni un libro más hasta haber cobrado, llegan Siruela, Acantilado, Abada, Atalanta o Galaxia Gutenberg (mis niñas bonitas de libros de ensayo) y tienen que echarme al traste todos mis principios de austeridad...¬¬

El caso es que ayer a la tarde estaba sorteando la marea de clientes que inundaba mi sección de Ciencias Humanas, intentando colocar la nueva mercancía de la manera más cuca posible cuando, al ir a colocar un tomo de Leonor de Aquitania de Jean Flori en el armario de Biografías, me encuentro con esta maravilla en la estantería:

Y pegué hasta un gritito. ¡Claro que lo pegué! Una está fuera de vacaciones tres semanas para que, al volver, nadie me haya comentado que por fin se ha editado en castellano la biografía de mi reina favorita (tengo prácticamente todo lo que se ha publicado de ella en nuestro idioma, desde Markale a Georges Duby) escrita por una de las mejores medievalistas francesas: Régine Pernoud, autora de un libro de culto en la historiografía como es Para acabar con la Edad Media.

El momento fue como para soltar una lagrimita de la emoción. Por supuesto, me guardé el libro de Pernoud a la espera de comprármelo mañana mismo, y encargué varios ejemplares para exponerlo en la mesa de Historia como se merece. Y de paso, pedí varios de Para acabar con la Edad Media. Y si es necesario esconder en sobrebaldas libros de consumo masivo y de los que recibimos montones de ejemplares como los de anécdotas de historia y cosas de ésas, una servidora lo hace. ¡Pues anda que no hago pequeños trucos para poner libros de lectura imprescindibles en los sitios más destacados! Y oigan, que se venden. ^^

¡Gracias, Acantilado de mis amores!

viernes, 24 de julio de 2009

El señor del sombrero Panama Jack

Ayer vino a la librería el señor del sombrero Panama Jack. Se me acercó para preguntarme qué me parecía Ismaíl Kadaré, a lo que contesté que por ahora sólo había leído El palacio de los sueños y me había encantado su aura kafkiana, que tenía en casa su ensayo Esquilo a la espera de ser abierto y, en la tienda, un ejemplar guardado de Abril Quebrado.



El señor del sombrero Panama Jack es un tipo peculiar donde los haya y nuestra relación cliente-librera es también algo curiosa.

Me explicaré: los libreros tenemos un carácter fluctuante. Sí, esa es la palabra. A priori, intentamos ser amables, comprensivos y humildes. Pero hay veces que muchos clientes superan la barrera de nuestra ya de por sí larguísima paciencia. En mi caso, todo el mundo suele decirme que siempre tengo una sonrisa para cada persona que se me acerca al mostrador. Pero sé también que mi aspecto, en un primer momento, puede causar una impresión equivocada. Vamos, que el hecho de vestir de negro y llevar chapas del estilo "soy rarita" a una persona mayor pueden hacerle pensar que carezco de conocimientos de cultura clásica o sociología, por ejemplo. Y ah, queridos míos: no hay nada que más nos guste a los libreros que demostrarle a un cliente que se equivoca. ;)

Mi encargado suele decirme que soy una dependienta peculiar. Y oscilo, claro que oscilo. Puedo estar hablando con alegría con un profesor de griego sobre las maravillas de La ciudad dividida de Nicole Loraux, como espetarles a las chicas del club de novela romántica (no las soporto, pobrecillas) que no, que no tenemos más novelas de vampiros románticos al estilo Crepúsculo básicamente porque eso no son vampiros. Que si quieren vampiros, que lean a Stocker o Polidori o busquen en una librería de viejo El señor de los muertos de Tom Holland (sí, el ahora famoso historiador divulgativo con obras como Rubicón o Fuego persa). En cuestión de carácter, tengo más de un parecido con esa graciosa creación de Lyse Myhre llamada Nemi:



En un día, puedo decirle a un cliente que no tenemos nada de la poesía de Alceo pero que gracias por alegrarme la tarde, o más tarde regalarle a una niña una chapa de "In Snape I trust" cuando me dice que sabe que en el fondo el profesor de pociones de Harry Potter es bueno, como discutir con otro cliente porque tenemos a Lovecraft en terror y no en literatura extranjera "como se merece un clásico como él" y contestarle que a mí me encantaría tener a Tolkien en una sección de épica junto al Beowulf, las obras de Homero y las Eddas y, sin embargo, tengo que sufrir viéndolo en fantástica junto a ponzoña como Warhammer o Dragonlance porque la vida es así de dura.


El señor del sombrero Panama Jack es de esos clientes repelentes y desagradables que siempre se quejan de todo y de los que siempre te planteas por qué vienen todas las semanas si parece que quieran quemar la librería. El caso es que un día se me inflaron las narices. Era una mañana en la que se me estaba quejando porque ya no me acuerdo qué libro que buscaba estaba descatalogado y, por el contrario, teníamos la librería "llena de best-sellers vergonzosos". Entonces le dio por intentar explicarme el argumento de Las abejas y las arañas de Fumaroli y ya fue cuando mi paciencia reventó y le dije amablemente que ya lo había leído y que estaba totalmente de acuerdo con el autor francés en cómo las políticas de los estados han influído en la cultura del siglo XX. El hombre me miró de hito en hito. Y cuando acto seguido le supe mantener una conversación sobre Chesterton, Zweig e Isaiah Berlin y la aderecé con la recomendación del libro de Lowith sobre la filosofía de Paul Valéry, "don Cascarrabias" me preguntó si era licenciada. "Sí", le contesté, "como todos mis compañeros de la librería, licenciados en Letras. Y le sorprenderá tal vez saber que las chicas de cajas son licenciadas, o los compañeros de discos y cine. Pero creo que no es necesario tener una licenciatura para amar los libros, leer, tener cultura y saber hacer bien un trabajo. ¿No le parece?"


Así que el buen señor del sombrero Panama Jack se despidió poco más tarde saludándome y dándome las gracias. Mi encargado me miró con sorpresa. "¿Qué le has hecho a don Mala Gaita?", me preguntó. "Pues darle de su propia medicina, Pedro", le contesté mientras jugueteaba con mi chapa del Joker. "Darle de su propia medicina".

jueves, 23 de julio de 2009

Relecturas (o el Camino sigue y sigue...)

Creo que es una práctica muy habitual entre todos los que amamos la lectura, a pesar de la cantidad de libros interesantes y nuevos que tengamos por empezar y descubrir, el buscar cada cierto tiempo un hueco en la agenda para releer aquellos libros que, por una cosa u otra, nos han marcado a lo largo de nuestra vida.

En mi caso, siempre busco tiempo para, de vez en cuando, poder releer cualquier obra de Tolkien, o Moby Dick, la Ilíada y la Odisea y el De profundis de Oscar Wilde. Esta vez, sin embargo, le tocaba el turno a El Señor de los Anillos.

Así que ahí estaba anoche, mientras mi novio continuaba su peculiar viaje de vendettas junto a Edmunto Dantés: en la orilla del río cerca de las cataratas del Rauros, viendo cómo Sam alcanzaba a Frodo antes de emprender su silenciosa huída hacia Mordor. Y una vez más, me he conmovido con la tristeza élfica que desprende Lothlórien y el lamento de Galadriel, o con la caída de Gandalf en Khazad-Dum. También me he reído mucho con las ocurrencias de los hobbits, claro. ¡Cómo no! Pero, por encima de todo, he disfrutado de los poemas, las canciones, los versos... ¡Ah, esas partes que con tanta rapidez y alegría te saltabas cuando lo leías por primera vez, a los diez o doce años! ;) Quizás por eso entonces disfrutabas con la alegría de los hobbits a pesar de su peligrosa huída de La Comarca a través del Camino que los conducía a Rivendel, o con la batalla en Moria junto a la tumba de Balin, pero no entendías la tristeza de Aragorn en Cerim Amroth, o ni tan siquiera podías pensar que, años más tarde, tendrías los ojos llorosos al leer los versos del Namárië.

Me gusta Tolkien porque siempre me hace descubrir la magia en sitios donde otros no la ven. Por eso no me importa dejar a un lado la lista de los innumerables libros que se me amontonan en casa (en estanterías, mesas y, preocupantemente, en el suelo...) a la espera de ser leídos. ¡Todo a su tiempo! Ahora, he de adentrarme en el país de Rohan y, a la vez, acercarme poco a poco a la Puerta Negra de Mordor guiada por Gollum. El viaje casi no ha hecho más que comenzar.